El frío extremo en Uruguay obliga a abrir refugios para personas sin hogar

MONTEVIDEO (AP) — Lucas Bilhere se cubre con un manta mientras su cachorra Alaska corre entre los colchones apoyados en el piso de un centro habilitado como albergue temporal en Montevideo. El peor momento del invierno, dice, es al atardecer, cuando empieza a aumentar el frío “y el cuerpo ya no aguanta”.

El joven de 19 años, que pasó toda su vida en un centro de menores y desde hace dos años vive en la calle, es una de las cientos de personas alojadas cada noche en refugios dispuestos por el gobierno uruguayo tras la muerte de siete personas sin hogar, por lo que se declaró una alerta pública roja en todo el país.

Esta alerta, explicó recientemente el ministro de Desarrollo Social, Gonzalo Civila, “implica la posibilidad de la evacuación obligatoria” y es la primera vez que se aplica “porque la dimensión del problema realmente requería otras herramientas”.

La declaratoria de alerta nacional el 23 de junio habilitó la evacuación forzada de las personas sin hogar, que son levantadas en la calle y trasladadas por la policía o funcionarios del Ministerio de Desarrollo hacia los 39 centros de evacuación y refugios de Montevideo y otros 50 en el interior del país, donde antes sólo había seis permanentes.

El operativo incluyó la apertura de 32 nuevos refugios y el refuerzo de tres centros de evacuación de emergencia en locales deportivos como el Palacio Peñarol, el gimnasio de la Escuela Nacional de Policía y la Plaza de Deportes Nº 2, donde duermen muchos jóvenes como Santiago Flores que además de calor y comida reciben la contención de asistentes sociales.

“Me sirve esta convivencia porque somos todos familia y me gusta estar así”, dijo a The Associated Press Flores, de 28 años y quien lleva una década viviendo en la calle.

Los nuevos refugios albergan a unas 1.700 personas, pero según el Ministerio de Desarrollo Social son cerca de 2.500 las que están en situación de calle.

En los centros las camas se disponen en paralelo y a diferencia de los refugios tradicionales se sirve buena comida, se permite entrar con objetos y mascotas y hay agua caliente.

“En otros refugios te tratan mal, a las 8 de la mañana te tiran para afuera y a las 8 de la noche si no estás ahí... no entras”, contó Mauricio Rodríguez, proveniente de las afueras de Montevideo y que llegó a la Plaza de Deportes luego de ser levantado por la policía en la calle. Allí conoció a voluntarios de la organización para adictos Betania, con quienes gestiona una internación para “no consumir (drogas) otra vez”.

En una rueda de prensa esta semana el director del Sistema Nacional de Emergencia, Leandro Palomeque, destacó “el aumento de las personas que voluntariamente concurrieron a los centros de evacuación a alojarse”.

Al plan del gobierno se han sumado organizaciones solidarias como la Red de Ollas Populares, nacida durante la pandemia de COVID-19 y sostenida por cientos de personas que colaboran y otras que donan alimentos y vestimenta.

El grupo pasó de ofrecer 150 raciones diarias de comida a personas sin hogar, usuarios de drogas y gente de bajos recursos en 2021 a unos 300 platos en la actualidad. Adrián D’Alessio, miembro de la red, se emociona al recordar a aquellos que lograron dejar la olla popular, aunque admite que “a veces ves que hay gente a la que le cuesta mucho progresar”.

Bilhere sabe, como todos, que vive una situación excepcional. Que cuando pase el frío perderá el techo y la contención. Sin embargo, mantiene la fe: “Mi sueño es tener mi casa, formar mi familia... Y dormir calentito, yo eso se lo deseo a todas las personas”.