EEUU: cuando desalojan a los niños, suelen perder tanto su hogar como su escuela
EEUU: cuando desalojan a los niños, suelen perder tanto su hogar como su escuela
HOUSTON (AP) — Desde que nació hace 10 años, Mackenzie Holmes rara vez ha llamado “hogar” a un mismo sitio por mucho tiempo.
Existió una casa en Houston, construida al gusto y que era propiedad de su abuela, Crystal Holmes. Luego, cuando Holmes perdió su trabajo en Southwest Airlines —y por ello la casa—, hubo un trío de apartamentos en los suburbios —y tres desalojos. Posteriormente, otro alquiler y un desalojo más. Después, moteles y el apartamento de un dormitorio de su tío, donde Mackenzie y su abuela dormían en un colchón inflable. Finalmente, Crystal Holmes consiguió una plaza en un albergue para mujeres, para que ambas ya no tuvieran que dormir en el suelo.
Con prácticamente cada mudanza, llegaba una nueva escuela, un nuevo grupo de compañeros de clases, nuevos profesores que conocer y nuevas lecciones con las que ponerse al día. Mackenzie sólo tiene una amiga a la que conoce desde hace más de un año, y no le hicieron pruebas ni le diagnosticaron dislexia hasta este año. A menudo perdió clases durante periodos largos entre una escuela y otra.
Los estudiantes amenazados con un desalojo tienen más probabilidades de terminar en otro distrito o transferirse a otra escuela, a menudo una con menos fondos, mayor pobreza y peores resultados en los exámenes. También tienen más probabilidades de perder clases, y quienes se transfieren son suspendidos con mayor frecuencia. Esto según un análisis pionero del “Eviction Lab” (Laboratorio de Desalojos) de la Universidad de Princeton, publicado en “Sociology of Education” (Sociología de la Educación), una revista científica revisada por pares, y compartido en exclusiva con la Red de Reportajes Educativos de The Associated Press.
Al comparar expedientes judiciales y registros estudiantiles del “Houston Independent School District” (Distrito Escolar Independiente de Houston), donde Mackenzie comenzó el jardín de infantes, los investigadores identificaron más de 18.000 casos entre 2002 y 2016 en los que los estudiantes vivían en hogares amenazados con demandas de desalojo. Encontraron que los estudiantes que enfrentaban desalojo faltaban con mayor frecuencia. Incluso cuando no tuvieron que cambiar de escuela, los estudiantes amenazados con desalojo perdieron cuatro días más en el año escolar siguiente que sus compañeros.
En total, los investigadores contabilizaron a 13.197 menores entre 2002 y 2016 cuyos padres enfrentaron a una demanda de desalojo. Una cuarta parte de esos niños enfrentó desalojos múltiples.
A medida que las tasas de desalojo empeoran en Houston, podría haber más niños como Mackenzie.
Atrasarse en el pago del alquiler —y encontrar la manera de terminar el año escolar.
Neveah Barahona, una joven de 17 años con siete hermanos menores, empezó el kínder en Houston como Mackenzie, pero se ha cambiado de escuela media docena de veces. Su madre, Roxanne Abarca, sabía que mudarse puede ser disruptivo. Así que cada vez que se atrasaba en el pago del alquiler y la familia se veía obligada a mudarse, hacía todo lo posible para que sus hijos terminaran el año escolar —incluso si eso significaba conducir largas distancias. Neveah, una estudiante destacada que desea unirse al ejército, dijo que las mudanzas le pasaron factura.
“Es un poco agotador conocer gente nueva, conocer profesores nuevos, familiarizarte con ... lo que quieren enseñarte y lo que solías saber, porque todos tienen sus propios métodos”, dijo Neveah. Luego está encontrar su lugar entre los nuevos compañeros de clase. Una oleada de acoso escolar este año la dejó desanimada hasta que recibió terapia.
Los hogares con niños tienen aproximadamente el doble de probabilidades de sufrir un desalojo que aquellos sin niños, mostró la investigación del Laboratorio de Desalojos. Eso significa que 1,5 millones de niños son desalojados cada año —y uno de cada 20 menores de 5 años vive en una vivienda de alquiler. Sin embargo, gran parte del discurso sobre los desalojos se centra en los adultos —en los propietarios y sus inquilinos adultos— en lugar de en los niños que se encuentran en medio de todo eso, dijo Peter Hepburn, autor principal del estudio.
“Vale … la pena recordar a la gente que el 40% de las personas en riesgo de perder sus hogares a través de un proceso de desalojo son menores”, expresó Hepburn, profesor de sociología en la Universidad Rutgers-Newark y director asociado del Laboratorio de Desalojos. “Y están en esa situación no por algo que ellos mismos hayan hecho”.
Las familias a menudo se vuelven más vulnerables al desalojo porque se retrasan en sus pagos cuando tienen hijos. Solo el 5% de las personas con bajos ingresos, quienes son especialmente vulnerables a la inestabilidad habitacional, tienen acceso a la licencia parental remunerada.
No ayuda que algunos propietarios no acepten niños —por el ruido y el desorden que traen— en sus edificios.
Según una ley federal que protege a los estudiantes indigentes, se supone que los distritos deben intentar mantener a los niños en la misma escuela si pierden su vivienda a mitad del año escolar y proporcionarles transporte diario. Pero los niños que son desalojados no siempre califican para esos servicios. Incluso aquellos que lo hacen a menudo quedan fuera del sistema porque las escuelas no siempre saben por qué se van los menores ni a dónde se dirigen.
Familias desalojadas navegan por límites escolares invisibles
En la extensa zona metropolitana de Houston, puede ser especialmente difícil para los estudiantes transitorios mantenerse encaminados. La metrópolis se extiende desde los límites de la ciudad hasta las partes no incorporadas del Condado de Harris, que está dividido en otros 24 distritos. Es fácil salirse de los límites del distrito escolar de Houston sin darse cuenta. Y a pesar de los mejores esfuerzos de los padres y cuidadores, los niños pueden perder mucho tiempo de clases durante la transición.
Eso fue lo que sucedió en enero, cuando se desesperó la abuela de Mackenzie, quien entonces dormía con su nieta en el suelo del apartamento de un dormitorio de su hijo. Temerosa de que lo desalojaran a él por tener a su familia allí, Crystal Holmes —quien no tenía casa, auto, ni servicio de telefonía móvil—, caminó kilómetros hasta el refugio para mujeres de la “Mission of Yahweh” (Misión de Yahvé).
El refugio, donde ella y Mackenzie ahora comparten una habitación, está en la zona de inscripción de otro distrito. Le preocupaba que Mackenzie se viera obligada a cambiar de escuela nuevamente —la estudiante de quinto grado ya había perdido las tres primeras semanas del año escolar porque su abuela tuvo dificultades para matricularla.
Afortunadamente, la ley federal aplicó y la escuela de Mackenzie, la Primaria Thornwood, ahora envía un auto a recogerla y a otros estudiantes que viven en el mismo albergue.
El Distrito Escolar Independiente de Houston no respondió a las solicitudes de entrevistas.
Millicent Brown, de 38 años, vive en un complejo de viviendas públicas en Houston, junto a una autopista elevada tan ruidosa que tuvo que comprar un timbre más fuerte. Ella y Nova, su hija de 5 años, se vieron obligadas a mudarse el año pasado cuando el padre de la niña amenazó con lastimar a Brown.
Nova asistía a una escuela pública autónoma, pero cuando se mudó, la escuela concertada le dijo que sólo podía transportar a Nova en autobús desde su nuevo hogar si esperaba en una calle cercana que, según Brown, era demasiado peligrosa. Así que Nova perdió un mes de clases antes de que la pudieran matricular en una escuela pública cercana.
Brown creció de una casa y escuela a otra y desea algo mejor para Nova. Pero quizá tenga que mudarse de nuevo: el estado tiene planes de ampliar la carretera. Eso acabaría con su complejo de viviendas públicas —y con la escuela a la que Nova comenzó a asistir.
Hace casi tres años, Neveah y su familia se instalaron en una casa estilo rancho en un camino rural en Aldine, donde el canto de las cigarras llena el aire. Está bien iluminada, con cuatro dormitorios y una cocina renovada. Neveah adoptó una gata del vecindario a la que llamó Bella. Su hermana Aaliyah pintó un retrato de la casa que adorna la sala de estar.
“De pequeñas, siempre nos mudábamos”, dijo Aaliyah. “No quiero mudarme. Ya me siento cómoda aquí”.
Entonces, el año pasado, su madre volvió a atrasarse con el alquiler.
Por primera vez en su vida, Abarca recibió una orden de desalojo.
La madre tuvo suerte. En el juzgado conoció a un empleado encargado de ayudar a las familias a permanecer en sus hogares. El empleado la puso en contacto con una organización sin fines de lucro que aceptó pagar seis meses de alquiler mientras Abarca se recuperaba.
Y lo hizo: trabajó desde casa como operadora de llamadas para la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés).
Pero el sueño de las hermanas de un “hogar para siempre” podría llegar a su fin: Abarca recibió la noticia este mes de que el dueño de la casa espera venderla a un inversionista, lo que desplazaría a la familia otra vez.
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