Los “corchos”, el ingenio cubano al servicio de la captura del esquivo pescado
Los “corchos”, el ingenio cubano al servicio de la captura del esquivo pescado
COJIMAR, Cuba (AP) — Los pequeños puntos blancos apenas se distinguen a lo lejos en el mar y de a ratos hasta se pierden entre las olas platinadas que los mecen sin descanso, pero si te acercas, puedes ver a la gente sentada sobre unos extraños rectángulos.
Se trata de las artesanales balsas de poliuretano expandido o poliespuma que los cubanos llaman “corchos” y que se han vuelto populares en la última década entre los pescadores como una forma de traer sustento a sus hogares, en un país que pese a ser una isla se dispone de pocos productos marinos en las dietas cotidianas y con una flota pesquera diezmada.
De unos dos metros de largo por 1.5 metros de ancho, el corcho suele fabricarse con varas de aluminio que presionan planchas de poliespuma, conformando el suficiente espacio para que una persona suba a bordo con su caña, sus carretes, algunos alicates y anzuelos.
La mayoría utilizan remos, pero algunos pescadores les instalaron pequeños motores para aligerar el esfuerzo físico en el mar.
En las décadas de 1970 y 1980, Cuba tenía una flota mercante con naves adquiridas en Rusia, España y Europa del Este con la que navegaba incluso en aguas internacionales, pero en los años 90 comenzó a deteriorarse y nunca se repuso debido a las sucesivas crisis económicas que atravesó el país
Mientras tanto, los pescadores artesanales comenzaron a usar cámaras de camiones o desde la costa colocaban condones inflados adosados a sus líneas —que el viento a cierta hora del día empujaba— con sus anzuelos por cientos de metros mar adentro.
Los corchos se volvieron cada vez más populares, pues los pescadores aseguran que les da mayor estabilidad ante cualquier contingencia y agitación oceánica.
Cientos de ellos se hacen a la mar en sus botes peculiares cada día antes del amanecer por las costas que rodean a la capital, como las de Cojimar —inmortalizada por el premio Nobel de Literatura estadounidense Ernest Hemingway, quien fue un gran aficionado a la captura de peces— situada a unos 10 kilómetros de la capital.
“Está en nuestra sangre y somos como un gremio y nos llevamos bien. Lo disfrutamos haya o no pesca”, dijo a The Associated Press Miguel González Corona, de 36 años de edad, mientras mostraba orgulloso una albacora —un tipo de atún— que había capturado.
“Estamos proveyendo comida a una economía, a un mercado que no tiene. Y con lo poquito que cogemos resolvemos para la familia y para otros. Porque cada vez son menos los barcos que se dedican a la pesca”, reflexionó González.
Los pescadores suelen llevar también en sus corchos una pequeña mochila con el agua potable para las cinco o seis horas que estarán en el mar. El equipo se completa con los llamados “jigs”, una suerte de señuelos plomados que ellos fabrican con resina y papeles tornasolados y con los cuales se simula un calamar para atraer a las grandes presas sin tener que usar carnada viva.
Rayner Sánchez, de 35 años, aseguró a la AP que nunca tuvo un accidente a bordo de su rústica embarcación a la que cada mañana confía su vida.
“Pescamos juntos. Nadie sale solo”, comentó Sánchez, nacido y criado en Cojimar.
Tras décadas de férreo control estatal la pesca en general comenzó a flexibilizarse en parte gracias a una Ley de 2019 que permitió su realización de manera comercial independiente —o sea sin pertenecer a una empresa gubernamental— aunque exige un permiso especial, salvo para los que se quedan en la costa con sus líneas.
Sin embargo, los trámites para las licencias son enrevesados y los pescadores artesanales enfrentan toda clase de burocracia o requerimientos para conseguir autorizos que incluso dependen de cada municipio y los cuales suelen entregarse a quienes tienen botes de madera y no los rústicos corchos.
Y un barco pequeño —no necesariamente en el mejor estado-- puede costar unos 30.000 dólares, dijeron varios entrevistados por la AP. Algo prohibitivo en el contexto cubano a donde un sueldo alcanza los 25 dólares mensuales al cambio informal, pero real.
La caída del sector, según funcionarios y especialistas, se debe a un deterioro de la flota a partir de la desaparición de los aliados soviéticos de la isla en los años 90 y luego al incremento de las sanciones estadounidenses que afectaron especialmente la compra de barcos o repuestos, pero también a asuntos políticos mundiales como el incremento de las prohibiciones de captura en ciertas zonas reservadas y hasta ecológicas, como la disminución de ejemplares en el Caribe.
La flota pesquera de alta mar despareció y se desconoce la cantidad de las de agua someras que resisten.
Un reporte publicado por el periódico oficial Granma indicó que en las décadas entre 1970 y el 1990 las capturas de peces en la isla superaron las 100.000 toneladas anuales y se realizaban en unas 700 embarcaciones.
Mientras que en 2021 se obtuvieron “alrededor de 20.000 (toneladas anuales) repartidas en: 12.000 de peces, 4.000 de langostas, 600 de camarón, 800 de túnidos y un poco de otros productos que se obtienen de la plataforma como esponjas, pepinos de mar, ostión y cobo”, refirió Ariel Padrón Valdés, director de Regulaciones Pesqueras del Ministerio de la Industria Alimentaria.
En la práctica se pasó de un consumo de 16 kilos anuales per cápita de pescado a 3,8 kilos anuales en la actualidad, reconoció Padrón Valdés.
Las autoridades cubanas están fomentando como alternativa la siembra y captura de agua dulce, luego que la ley de Pesca de 2019 impuso límites a la explotación del recurso en el mar.
Mientras tanto, los pescadores rústicos en sus corchos capturan los ejemplares que se sirven en muchos de los hogares cubanos sobre todos en poblados de la costa o en los restaurantes privados, aunque el precio de la libra, por ejemplo, de un atún recién capturado es de unos 700 pesos cubanos --unos dos dólares al cambio informal— una cifra estimable para los bolsillos locales.
“El sueño mío como pescador sería tener una lancha”, comentó a la AP Yurien Alonso, un antiguo empleado estatal de mantenimiento de 41 años que antes capturaba ejemplares desde la orilla, pero hace tres que comenzó a montarse en un corcho. “Siempre me ha gustado el mar y cuando no vengo (a la costa) me pongo nervioso”.
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