Francisco, que instaba a la inclusión, reúne en Buenos Aires a pobres, ricos, LGTBIQ+ y militantes

BUENOS AIRES (AP) — Poco después de amanecer, Griselda Moreira, una sencilla ama de casa argentina, se dirigió portando una gran imagen de Francisco a las primeras filas de fieles que se congregaron el sábado para despedirlo en las inmediaciones de la catedral de Buenos Aires, su ciudad natal.

Codo con codo allí se agolpaban, contra un vallado, mujeres de elegante vestimenta, vecinos de barriadas marginales, miembros de la comunidad LGTBIQ+ y militantes de organizaciones izquierdistas.

“Yo vine porque el papa siempre estuvo con los enfermos, con los pobres; él miró a esa gente y eso me conmueve”, dijo Moreira, de 60 años, mientras mostraba la imagen enmarcada de Francisco que atesora en su humilde vivienda de la localidad de Laferrere, al oeste de Buenos Aires.

Cientos de personas de diversa condición social y cultural se unieron ante la Catedral Metropolitana de Buenos Aires para dar el último adiós al primer papa de Argentina y América Latina. La ceremonia fue encabezada por las autoridades eclesiásticas capitalinas en las escalinatas del templo donde Francisco ejerció gran parte de su actividad pastoral como sacerdote.

La despedida fue para muchos una forma de rendir tributo a un guía espiritual al que no volvieron a ver pisar suelo argentino después de convertirse en el líder del Vaticano. Transcurrió mientras en Roma se celebraba el funeral y el entierro del pontífice.

Luego de la lluvia de la noche anterior, la Plaza de Mayo —-donde se encuentra la catedral-— recibió a los admiradores del fallecido pontífice bajo un espléndido sol, adornada con carteles alusivos a Francisco y provista de grandes pantallas para seguir la ceremonia.

“No terminamos de comprender ni de dimensionar su liderazgo mundial; lloramos porque ya lo extrañamos mucho y no queremos que nos pase lo que cantaba Carlos Gardel en uno de sus tangos: ‘las lágrimas taimadas se niegan a brotar y no tengo el consuelo de poder llorar”, dijo el arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva. Le escuchaban autoridades nacionales, municipales, diplomáticos y sacerdotes sentados en varias hileras de bancos.

A varios metros y separados de los funcionarios por vallados, decenas de argentinos que escuchaban de pie la misa portaban estampitas con la cara de Bergoglio, figuras de la Virgen de Luján —patrona de Argentina— y papeles escritos a mano pidiendo que el papa sea canonizado. Hombres y mujeres de avanzada edad se enjugaban las lágrimas con sus pañuelos.

Al fondo asomaban pancartas con los nombres de organizaciones sociales izquierdistas como “Somos barrios de pie” y el “Movimiento Evita”. Un escudo de San Lorenzo, el club de fútbol del cual Bergoglio era hincha ferviente, pendía de la pared de un edificio.

Juan José Riquelme, de 86 años y con un bastón en la mano, se mostraba dispuesto a aguantar el tiempo que fuera la misa de homenaje a Bergoglio, de quien fue colaborador en una villa (barrio marginal) de la capital donde el entonces arzobispo hizo vida pastoral.

En ese tiempo, Riquelme —oriundo de un barrio acomodado— decidió acompañar al religioso “mientras caminaba embarrado a cuidar a los más necesitados”, sobre todo a las mujeres con avanzado embarazo. “Lo estoy extrañando ya a Francisco”, se lamentó el anciano de mirada triste.

Subido a un taburete desde el que podía acceder a un grupo de personas congregadas detrás de una valla, Pablo Grimaldi, feligrés de la parroquia de San Juan Bautista, repartía estampas con la imagen de Bergoglio. Grimaldi, que colaboró en la organización de la despedida al papa, dijo que, como homosexual, valora mucho el espíritu de inclusión por el que abogó el jesuita.

“Siempre lo vi comprometido con que la Iglesia es de todos y debe ser abierta; para separados o no separados, homosexuales o no...yo soy un ejemplo, porque a mi la Iglesia nunca me cerró las puertas”, contó Grimaldi, de 40 años, quien fue confirmado en su fe católica por Bergoglio. “Ojalá que su legado sirva para que la gente se acerque de nuevo a la institución”, señaló.

Sara Ortega, una elegante boliviana que reside en los alrededores de Buenos Aires, tomó un tren y luego el metro en horas tempranas de la mañana para encontrar un lugar desde donde poder ver cómodamente la ceremonia.

“Este papa es lo más cercano que yo vi a Jesús. En Latinoamérica nos habló siempre de la unidad. No importa la iglesia a la que pertenezcas o tu pensamiento político, él quiere que estemos todos unidos”, señaló la mujer.

Los fieles cantaron el himno argentino al término de la misa. Luego, muchos rodearon la plaza caminando, mientras seguían a una camioneta que portaba una gran imagen del religioso y del astro futbolístico argentino Lionel Messi dándose un apretón de manos.

En homenaje al papa que sacudió a la Iglesia con su insistencia de la necesidad de integrar a los marginados, los militantes de organizaciones sociales y miembros de varias parroquias tocaron tambores, bailaron y portaron grandes pancartas que llevaban inscritos célebres dichos del religioso, como “Hagan lío”, “Sueñen en grande” o “Que nadie quede tirado”.

Después, una caravana encabezada por curas y miembros de una red de atención a personas con adicciones inició un recorrido para recordar los pasos del líder religioso por hospitales psiquiátricos, cárceles y barrios marginales de la capital.

El recorrido incluye la Plaza Constitución, donde Bergoglio celebró misas por los migrantes y para denunciar la trata de personas. También pasará por centros de acogida de menores adictos a las drogas y por la Parroquia Virgen de los Milagros de Caacupé, situada en un barrio carenciado que el religioso caminaba como un vecino más.