Francisco abrió la Iglesia a los pueblos originarios. ¿Seguirán sus puertas abiertas?

SIMOJOVEL, México (AP) — Un hombre casado oficia una misa. A su lado, en un sencillo altar donde se mezcla la simbología católica y la maya, hay una mujer. El Evangelio se lee en tsotsil, una lengua indígena mexicana. Durante la homilía, el diácono recuerda las enseñanzas del papa Francisco para que el pueblo no esté “anestesiado” y trabaje unido por los derechos humanos, la justicia y la Madre Tierra.

La escena tiene lugar en una comunidad maya de Simojovel, en el estado más pobre de México, Chiapas, e ilustra parte del mensaje que Francisco llevó a las “periferias”, como él decía: estas montañas del sur de México, la Amazonía, Congo o aldeas remotas en medio de la selva de Papúa Nueva Guinea.

También resume lo que pueblos originarios de distintos puntos del planeta no quieren perder tras la muerte de Francisco, el primer papa nacido en el sur global: ser tenidos en encuentra por la milenaria institución que hace cinco siglos debatía si los “indios” tenían alma mientras respaldaba que las potencias europeas se apropiaran de gran parte de América o África.

“Pedimos mucho a Dios que no sea en vano el trabajo que ha hecho por nosotros”, dice el diácono Juan Pérez Gómez en su idioma natal, el tsotsil, al puñado de fieles congregados en la pequeña iglesia sin más adornos que una Virgen de Guadalupe, unas flores y 13 velas.

Aunque algunos creen que Francisco pudo haber hecho más en sus 12 años de papado, la mayoría celebra haber tenido un papa que supo escuchar, aceptó su forma de vivir la fe, pidió perdón con humildad e hizo suya la urgencia por frenar la destrucción del planeta con la justicia social como máxima. Todo eso era nuevo.

“Te pedimos que nos elijas un nuevo papa, un nuevo servidor, ojalá Señor, que sea del mismo pensamiento”, agregó el diácono arrodillado frente al altar, con el aroma del copal inundando la estancia.

Hacia una “Iglesia autóctona”

Juan Pérez Gómez, de 57 años, comenzó a acercarse a la Iglesia en su juventud pero entendió “la palabra” cuando Samuel Ruiz —obispo de San Cristóbal de las Casas de 1959 a 1999 y el gran defensor de los indígenas que mantuvo durísimos enfrentamientos con el Vaticano— explicó que “la Iglesia era liberadora además de evangelizadora”, como decía la Teoría de la Liberación, combatida desde Roma pese a que lo que busca es la justicia social centrada en los pobres.

“Francisco también habló de liberación”, dice, con la esperanza de que su sucesor se aferre a esta idea.

Desde los años 60 y ante la falta de sacerdotes, la Iglesia impulsó la figura del diácono, un ministerio de hombres casados que tiene sólo algunas de las atribuciones de los sacerdotes —pueden bautizar, por ejemplo, pero no confesar, ni consagrar— y que Ruiz promovió entre los indígenas para poder tener una “Iglesia autóctona”.

El éxito de la iniciativa preocupó al Vaticano, que pensó que el obispo estaba ordenando a mujeres diaconisas y quisiera apostar por los curas casados. En 2002, detuvo la ordenación de diáconos en su diócesis. Se retomó 12 años después, con Francisco.

Pérez Gómez quería ser parte de esa “Iglesia autóctona” pero el proceso hasta ordenarse se dilató más de dos décadas. Lo logró en 2022, un año después de estar a punto de tirar la toalla debido al asesinato de uno de sus hijos, catequista y activista baleado en plena plaza de Simojovel, una víctima más de la violencia en Chiapas.

La foto de Simón Pedro está en un pequeño altar de su casa junto a la del sacerdote Marcelo Pérez, también tsotsil, que les acompañó en aquellos momentos tan duros y que fue asesinado en 2024 al salir de misa. El papa condenó el atentado de quien fue su traductor en Chiapas, “un fervoroso servidor del Evangelio y del pueblo”.

El diácono se consuela pensando que las personas pasan pero “el pueblo de Dios” tendrá que seguir fortaleciendo lo que hizo Francisco porque, en el fondo, sólo siguió las enseñanzas de Jesús.

Pedir perdón, cuidar el planeta

En las tierras bajas de la Amazonía boliviana, una zona codiciada por la minería ilegal y donde se multiplicaron las misiones jesuitas hace varios siglos, la muerte del papa impactó con fuerza.

Marcial Fabricano, líder indígena mojeño de 73 años, se emociona al recordar cómo lloró al escucharle por la radio pedir perdón por todos los “crímenes” de la Iglesia, justo desde Bolivia, hace diez años. Sigue convencido de que la carta que le enviaron varios pueblos pidiendo su mediación con las autoridades tuvo algo que ver con eso.

“Creo que el papa Francisco leyó nuestro mensaje y lo sintió dentro suyo. Somos el último reducto de las misiones… No podemos ser ignorados”, agrega pensando también a futuro.

Ésa fue la primera vez que un papa se disculpaba de forma tan clara —Juan Pablo II en 1992 hizo sólo comentarios sutiles—, pero no la última. Y Francisco no lo hizo sólo por la conquista sino por políticas más recientes, como la asimilación forzada de niños indígenas en internados católicos de Canadá.

Pese a estas peticiones de perdón, canonizó a un misionero acusado de conversiones forzadas y aunque el Vaticano repudió la “Doctrina del Descubrimiento” —teoría que legitimó los abusos y crímenes cometidos por las potencias coloniales y la confiscación de tierras—, no rescindió los documentos que la avalan, las ‘bulas’ del siglo XVI, en las que todavía se basan algunas leyes de propiedad.

Aquella gira sudamericana de 2015 tuvo lugar justo después de publicar uno de sus documentos más importantes, “Laudato Si”, donde alzó la voz contra el cambio climático y pidió una revolución para corregir un sistema económico “estructuralmente perverso” en el que los ricos explotan a los pobres, convirtiendo la Tierra en un montón de “basura”.

El documento alentó el acompañamiento de la Iglesia a los movimientos de defensa del territorio y entrelazó la condena a colonialismos pasados y presentes con el cuidado del planeta, como quedó claro más tarde, durante su visita a República Democrática del Congo en 2023 donde denunció la economía “esclavizante” que estrangula y saquea a África.

Pero, sobre todo, “Laudato Sí” llegó al corazón de los pueblos originarios como una nueva biblia que interpelaba al mundo entero.

“Por primera vez (un papa) sentía como nosotros, pensaba como nosotros y era nuestro gran aliado”, afirma Anitalia Pijachi Kuyuedo, colombiana del pueblo Okaira-Muina Murui. Además escuchó a mujeres como ella quien, frente al papa y los obispos reunidos en el sínodo de la Amazonía en Roma en 2019, preguntó: "¿Cuál es su miedo a las mujeres?”. “Si (cada uno de ustedes) puede ver la luz del día, su cara ha rozado la vagina de una mujer. Dennos el papel que merecemos”.

Ahora espera que el próximo papa siga escuchando y aprendiendo de los pueblos originarios.

Un misa, varias culturas

Había pasado medio siglo desde que el Vaticano había permitido oficiar en idiomas que no fueran el latín cuando la misa del papa Francisco en San Cristóbal de las Casas iba un paso más allá: el Padrenuestro se cantó en tsotsil, resonaron lecturas en tseltal y ch’ol, se rezó bailando y en el altar hubo mujeres indígenas.

Era 2016. Pérez Gómez, todavía como aspirante a diácono, quedó impactado por los mensajes de su homilía: la petición de perdón por la conquista y cómo la Madre Tierra sentía “como un dolor de parto” tanto descuido.

Esa misa fue el momento estelar de la visita de Francisco a México, un viaje que no fue sencillo de negociar, según Felipe Arizmendi, entonces obispo de San Cristóbal y hoy cardenal. El papa llegaba al estado más pobre del país, que en 1994 vio alzarse en armas a una guerrilla, la zapatista, reclamando los derechos de los pueblos originarios, y donde estaba la tumba de Samuel Ruiz, junto a la cual, el papa acabó rezando.

Incluir los ritos mayas en la misa tampoco fue fácil de aceptar por el Vaticano pero Arizmendi recuerda que había un precedente que ayudó a que se pudiera concretar: la experiencia de Congo, el país con más católicos de África.

En 1988, el Vaticano aprobó la primera innovación cultural de una misa, el llamado “rito zaireño” —Congo en esos años se llamaba Zaire— y que fue motivo de orgullo regional porque mostró “el valor que la Iglesia da a los africanos”, afirma el padre Abbé Paul Augustin Madimba de la archidiócesis de Kinsasa.

Aunque el rito no se usó en una misa hasta 2019, Francisco utilizó ese argumento para abrir el camino hacia la aceptación de otras misas con elementos de otras culturas.

El antropólogo social mexicano Arturo Lomelí asegura que la decisión no sólo quería expandir el catolicismo, en retroceso en muchos lugares, sino fue “un acto teológico de profunda escucha y conversión, donde la Iglesia reconoce que no es dueña de la verdad cultural, sino servidora del Evangelio en cada pueblo”. El Vaticano avanzaba así en no ver los ritos indígenas como “amenazas, sino como caminos legítimos para expresar y vivir la fe”.

De sentirse objetos, a personas

El sábado posterior a la muerte de Francisco, Pérez Gómez subía por un cerro desde el que se divisa un estrecho valle entre montañas. Abre la puerta metálica de una construcción con tres cruces en el techo y un altavoz, saca unas hostias de un sagrario de madera situado en lo alto del altar maya de tres escalones y coloca cuidadosamente su preciada mercancía en un pequeño táper de plástico, que envuelve en un pañuelo bordado antes de meterlo en su colorido morral.

Como diácono no puede consagrar, y por eso un día antes de sus celebraciones tiene que ir a la iglesia de una comunidad vecina, donde el sacerdote ha dejado las hostias ya listas para la comunión.

Su rutina continúa, mientras en Roma, a miles de kilómetros, se hacen balances del legado de Francisco y conjeturas sobre su sucesor.

El cardenal Arizmendi insiste en que cada papa “responde a su época” pero lo más importante es que quien salga elegido esté no sólo cerca de Dios, sino “muy cerca de la gente”.

Mientras esperan un nuevo papa, el diácono y su esposa, Crecencia López, sonríen al pensar qué pasaría si alguna vez él pudiera convertirse en sacerdote y ella en diaconisa.

Francisco no quiso pasar a la historia como quien diera el primer paso hacia el fin celibato y esa participación de las mujeres, aunque los obispos de la Amazonía se lo pidieron.

El matrimonio no sabe de nombres de cardenales ni de quiénes son los favoritos en el cónclave a punto de comenzar, pero Juan Pérez Gómez está convencido de que hay una cosa que no cambiará.

“Ya no somos un objeto, somos... sujetos” y eso es gracias a “papá-mamá Dios” y a sus “enviados”, ‘jtatik’ Samuel y ‘jtatik’ Francisco, explica usando el respetuoso apelativo en tseltal para designar al padre.

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Los periodistas de AP Carlos Valdez, en La Paz (Bolivia), Fabiano Maisonnave, en Brasilia (Brasil) y Jean-Yves Kamale, en Kinsasa (Congo), contribuyeron a esta nota.