En pueblo natal de Assad, pocos compartieron la fortuna de su familia. Esperan no compartir su caída

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Combatientes sirios pisotean la tumba quemada del fallecido presidente sirio Hafez Assad el martes 17 de diciembre de 2024, en su mausoleo en Qardaha, Siria. (AP Foto/Leo Correa)

QARDAHA, Siria (AP) — En las paredes del mausoleo palaciego construido para albergar los restos del expresidente sirio Hafez Assad, vándalos han pintado variaciones de la frase: “Maldita sea tu alma, Hafez”.

Casi dos semanas después del derrocamiento de su hijo, Bashar Assad, la gente acudió en masa a tomarse fotos junto al hoyo quemado donde solía estar la tumba del primer Assad. Fue incendiada por combatientes rebeldes después de que una ofensiva relámpago derrocara al gobierno de Assad y pusiera fin a más de medio siglo de la dinastía familiar.

El extenso terreno del mausoleo —y la zona circundante, donde el presidente derrocado y otros familiares tenían lujosas residencias— estaban hasta hace poco fuera del alcance de los residentes de Qardaha, el poblado natal de la antigua dinastía presidencial en las montañas que se alzan frente a la ciudad costera de Latakia.

Cerca de allí, la casa de Bashar Assad fue vaciada por saqueadores, quienes dejaron los grifos abiertos para inundarla. En una villa que pertenece a tres de sus primos, un padre y sus dos hijos pequeños quitaban tuberías para venderlas como fierro viejo. Un piano destrozado estaba volcado en el suelo.

Mientras los Assad vivían en el lujo, la mayoría de los residentes de Qardaha —muchos, como Assad, miembros de la secta minoritaria alauita— sobrevivían a base de labores manuales, la agricultura o empleos de baja categoría en la administración pública para ganarse la vida a duras penas. Muchos enviaron a sus hijos a servir en el ejército, no por lealtad al gobierno, sino porque no tenían otra opción.

“La situación no era la que pensaba el resto de la sociedad siria”, dijo Dib Dayoub, un jeque alauita. “Todo el mundo pensaba que Qardaha era una ciudad construida sobre una roca de mármol y con un patio de aguamarina en cada casa”, agregó, refiriéndose a los privilegios de riqueza de los que disfrutaba la familia de Assad.

En la calle principal del poblado —una modesta franja de pequeñas tiendas de comestibles y de ropa—, Alí Youssef, de pie junto a un carrito de café, gesticulaba con desdén. “Esta calle es el mejor mercado y la mejor calle de Qardaha, y está llena de baches”.

Las familias debían recurrir a comer pan remojado en aceite y sal porque no podían permitirse comprar carne o verduras, añadió. Youssef mencionó que evadió el servicio militar obligatorio durante dos años, pero finalmente se vio obligado a ir.

“Nuestro salario era de 300.000 libras sirias” al mes, dijo, equivalentes a poco más de 20 dólares. “Solíamos enviarlo a nuestras familias para pagar el alquiler o vivir y comer con eso”, a la vez que trabajaban en segundos empleos para cubrir sus propios gastos.

“Muy pocas personas se beneficiaron del antiguo régimen depuesto”, refirió Youssef.

Hasta ahora, dijeron los residentes, las fuerzas de seguridad compuestas por combatientes de Hayat Tahrir al-Sham —el principal grupo de la coalición que derrocó a Assad, y que ahora gobierna al país— han sido respetuosas hacia ellos.

“La situación de seguridad está bien hasta ahora, es aceptable; no hay problemas graves”, señaló Mariam al-Ali, quien estaba en el mercado con su hija. “Hubo algunos abusos … pero fue resuelto”. No dio más detalles, pero otros expresaron que había habido incidentes aislados de robos y saqueos o amenazas e insultos.

Al-Alí llamó a Assad “traidor”, pero se mostró cautelosa con respecto a la posición de su comunidad alauita en la nueva Siria.

“Lo más importante es que no debe haber sectarismo, para que no se derrame más sangre”, dijo.

Dayoub, el jeque alauita, describió “un estado de expectativa y cautela entre todos los ciudadanos de esta zona, y en general entre los alauitas”, aunque agregó que los temores han comenzado a disminuir.

En el edificio municipal del poblado, decenas de personas prominentes estaban sentadas en unas gradas, en las que debatían la nueva realidad del país y lo que esperaban transmitir al nuevo liderazgo.

Gran parte se centraba en problemas económicos: los salarios de los funcionarios públicos jubilados no habían sido pagados, el precio del combustible había aumentado, no había transporte público en la zona.

Pero otros tenían mayores preocupaciones.

“Esperamos que en el próximo gobierno o en la nueva Siria tendremos derechos y obligaciones como cualquier ciudadano sirio; no pedimos nada más ni nada menos”, manifestó Jaafar Ahmed, estudiante de doctorado y activista comunitario. “No aceptamos que se restrinjan nuestros derechos porque el régimen formó parte de este componente”.

Hubo también preguntas sobre el destino de los hijos nacidos en la zona que habían servido en el ejército de Assad.

Desde que el ejército se desmoronó ante el avance rebelde, los residentes dijeron que varios miles de jóvenes reclutas del ejército originarios de Qardaha han desaparecido. Algunos fueron encontrados más tarde en listas de exsoldados retenidos en un centro de detención en Hama.

“Son chicos jóvenes de 22 o 23 años que nunca participaron” en combate activo, dijo Qais Ibrahim, cuyos sobrinos estaban entre los desaparecidos. En los últimos años, prácticamente no hubo combate activo en la guerra civil del país. “Enviamos a nuestros hijos al ejército porque no tenemos ninguna otra fuente de ingresos”.

Um Jaafar, quien sólo dio su apodo por miedo a sufrir represalias, dijo que la familia no tenía información sobre el destino de sus dos hijos —emplazados con el ejército en Raqqa y Deir Ezzour—, aunque el nombre de uno de ellos apareció más tarde en la lista de quienes están presos en la ciudad de Hama.

“Mis hijos sacaron las mejores notas en la escuela, pero no tuve la posibilidad de enviarlos a la universidad”, dijo ella. “Se fueron al ejército sólo por un salario que era apenas suficiente para cubrir sus gastos de transporte”.

Las nuevas autoridades de Siria han establecido “centros de reconciliación” en todo el país, en los que los exsoldados pueden registrarse, entregar sus armas y recibir una “identificación de reconciliación” que les permite moverse libremente y con seguridad en Siria durante tres meses.

Pero Ahmed, el estudiante de doctorado, expresó que desea más. Mientras el país intenta unificarse y dejar atrás lo sucedido después de casi 14 años de guerra civil, “queremos ya sea un indulto para todos o que todos rindan cuentas”, agregó.

Ahmed reconoció que, durante la guerra, “la zona rural de Latakia fue la responsable del surgimiento de algunos grupos radicales”, en referencia a las milicias pro-Assad acusadas de cometer abusos generalizados contra civiles. Pero, añadió, grupos de la oposición también cometieron abusos.

Con frecuencia los rebeldes atacaban indiscriminadamente a los alauitas porque eran considerados el pilar más firme del gobierno de Assad, y algunos extremistas islámicos entre los rebeldes los consideran herejes.

“Esperamos que haya un proceso abierto de reconciliación ... o justicia transicional en la que todos deban rendir cuentas de sus errores, de todas las partes”, dijo.

“No podemos hablar de hacer responsable a un ... grupo, pero no a otro”, agregó.