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This is a test for Consumer Pay Call to Action

Tácticas arancelarias de Trump conllevan mayores riesgos económicos ahora que durante su 1er mandato

WASHINGTON (AP) — Cuando Donald Trump inició la mayor guerra comercial desde la década de 1930 en su primer mandato, su combinación impulsiva de amenazas e impuestos de importación a los socios comerciales de Estados Unidos creó caos, generó drama, y se ganó las críticas de los economistas convencionales que favorecen el libre comercio.

Sin embargo, no hizo mucho daño a la economía estadounidense. Tampoco mucho bien. La inflación se mantuvo bajo control y la economía continuó su crecimiento como lo había hecho antes de eso. Y los enormes déficits comerciales de Estados Unidos, el principal objetivo de la ira de Trump, demostraron ser resistentes a su retórica y sus aranceles: Ya grandes, se hicieron más grandes.

La secuela de la guerra comercial que Trump ha planeado para su segundo mandato —si se desarrolla de la manera en que la ha descrito— probablemente sea un asunto completamente distinto. Trump parece tener ambiciones más amplias y opera en un entorno económico mucho más traicionero esta vez.

Sus planes de imponer aranceles del 25% a las importaciones de México y de Canadá y del 10% a las de China —y más adelante a los productos de la Unión Europea— amenazarían el crecimiento y harían subir los precios en Estados Unidos, lo que socavaría su promesa de campaña de eliminar la inflación que asoló al expresidente Joe Biden.

Los aranceles los pagarían los importadores estadounidenses, quienes después intentarían trasladar los costos más altos a los consumidores mediante precios más elevados.

El propio Trump ha advertido de las posibles consecuencias. "¿Habrá algo de dolor? Sí, tal vez (¡y tal vez no!)”, señaló Trump en una publicación de redes sociales el domingo. “Pero haremos grande a Estados Unidos otra vez, y por todo eso valdrá la pena el precio que se deba pagar”, escribió.

Por ahora, algunas de las hostilidades están en suspenso. El lunes, Trump puso en pausa los aranceles a Canadá y a México durante 30 días para permitir que se entablen negociaciones después de que esos países acordaron emprender más acciones para detener el flujo de drogas ilegales y la afluencia de trabajadores que entran sin autorización a Estados Unidos.

En tanto, Trump siguió adelante con la imposición un arancel del 10% sobre los productos de China el martes. Beijing respondió rápidamente al imponer aranceles a productos estadounidenses, incluidos el carbón y los automóviles de gran tamaño. También restringió las exportaciones de minerales críticos y lanzó una investigación antimonopolio a Google.

Trump considera que los aranceles —impuestos a las importaciones— son un elixir económico que puede restaurar las fábricas en el corazón de Estados Unidos, recaudar dinero para el gobierno y presionar a los países extranjeros para que hagan lo que él quiera.

Durante su primer mandato, Trump impuso aranceles a la mayoría de los productos chinos y a los paneles solares, las lavadoras, el acero y el aluminio importados. Los aumentos de impuestos quizás elevaron los precios de esos artículos, pero tuvieron poco o ningún impacto en la inflación general, que se mantuvo modesta. Tampoco hicieron mucho para restaurar los empleos de manufactura.

Los economistas coinciden en que una segunda guerra comercial de Trump podría ser mucho más costosa que la primera.

“Eso fue en ese entonces. Esto es ahora”, señaló el analista comercial William Reinsch del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales. Por eso, el mercado de valores cayó con fuerza brevemente el lunes en anticipación a la imposición de los aranceles, pero se recuperó tras la noticia de la pausa con México y Canadá.

Durante el primer mandato de Trump, su equipo comercial enfocó cuidadosamente su lista de aranceles para evitar —o al menos retrasar— el impacto a los consumidores. Se centraron en productos industriales y no en aquellos “que aparecerían en los estantes de Walmart”, dijo Reinsch, un exfuncionario comercial de Estados Unidos. “Eso suavizó el impacto”.

Esta vez, en cambio, los aranceles son generalizados, aunque los gravámenes que Trump había planeado y luego puso en pausa habrían limitado el arancel a la energía canadiense al 10%, lo que demuestra que es consciente de lo mucho que los estadounidenses en los estados del norte y de la región del centro-norte dependen del petróleo y la electricidad de Canadá.

En Boca Raton, Florida, la empresa de juguetes Basic Fun se prepara para aumentar los precios y absorber un golpe a sus ganancias cuando entren en vigor los aranceles.

El 90% de los juguetes de Basic Fun provienen de China, incluidos Tonka y Care Bears. Jay Foreman, su director general, dijo que es probable que el precio del volquete Tonka Classic Steel Mighty Dump Truck aumente a finales de este año desde los 29,99 dólares hasta los 39,99 dólares.

Hace cinco años, el gobierno de Trump perdonó los juguetes y los exentó de sus aranceles a China. Esta vez, agregó Foreman, “simplemente vamos a pronosticar ahora una gran pérdida de dinero en la empresa”.

Además de las amenazas a Canadá, México y la Unión Europea, Trump ha amagado con imponer aranceles a nivel mundial del 10% al 20%. La amplitud de sus objetivos potenciales significa que será mucho más difícil para las empresas escapar de sus gravámenes.

Durante su primer mandato, muchas empresas esquivaron sus aranceles a los productos procedentes de China debido a que trasladaron su producción a México o Vietnam. Ahora, los proveedores de cualquier parte podrían acabar en la mira de Trump. “Envía la señal de que ningún lugar es seguro”, dijo Mary Lovely, investigadora senior del Instituto Peterson de Economía Internacional.

Algo que también es preocupante, de acuerdo con los economistas, es una cláusula de represalia que el equipo de Trump insertó en las órdenes arancelarias que firmó el sábado.

Si otros países toman represalias con aranceles propios —como lo hizo China y han amenazado con hacerlo tanto Canadá como México—, Trump contraatacará con aranceles aún más altos. Eso podría “desencadenar una guerra comercial en espiral” en la que se imponen aranceles de un lado y otros de represalia en el otro, refirió Eswar Prasad, profesor de política comercial en la Universidad de Cornell.

Pero la mayor diferencia es el contexto económico con el que Trump debe lidiar esta vez.

Hace seis años, la inflación era baja —tal vez tan baja que inquietaba a la Reserva Federal. Los aranceles del primer mandato de Trump no ocasionaron daños.

Ahora, la inflación ya no es tan benigna. Los precios aumentaron en el auge inesperado que prosiguió al fin del confinamiento por la pandemia de COVID-19. La inflación ha bajado desde el máximo en cuatro décadas que alcanzó a mediados de 2022, pero sigue estancada por encima del objetivo del 2% de la Fed y no ha mostrado mucha mejora desde el verano.

Los aranceles de Trump podrían reavivar la tendencia inflacionaria y convencer a la Reserva Federal de cancelar o posponer los dos recortes de las tasas de interés que había previsto para este año. Eso podría causar que las “tasas de interés se mantengan en su nivel elevado actual durante un período más largo en 2025. Eso hará subir las tasas de interés de las hipotecas y los préstamos... y reducirá el crecimiento real”, explicó Brian Bethune, economista del Boston College.

Por ahora, las empresas, los inversores y los socios comerciales de Estados Unidos están a la espera de ver qué hará el impredecible Trump a continuación. ¿Volverá a imponer aranceles a Canadá y a México después del periodo de 30 días? ¿Realmente irá tras la Unión Europea? O, ¿cumplirá su amenaza de un arancel universal?

Afuera de un supermercado Harris Teeter cerca del centro de Raleigh, Carolina del Norte, Jacobs Ogadi tenía en su bolsa de compras un aguacate, que casi con certeza provenía de México.

El mecánico de 62 años de edad comentó que “no hace falta ser una mente brillante” para saber que los aranceles de Trump van en contra de sus promesas de controlar la inflación. “Si sube un 25%, no es el gobierno, no es el pueblo mexicano quienes lo pagan”, dijo. “¿Quién lo paga? Nosotros”.

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Los periodistas de The Associated Press Anne D’Innocenzio en Nueva York y Gary Robertson en Raleigh, Carolina del Norte, contribuyeron a este despacho.